
El VI Concurso ‘El toro bravo: un rito’ convocado por la Fundación Salamanca Ciudad de Cultura y Saberes (FSCCYS) y el Museo Taurino, y cuyos premios se entregaron hace quince días, ha tenido este año una participación muy especial. El jovencísimo niño torero Marco Pérez, perteneciente a la Escuela de Tauromaquia de la Diputación de Salamanca, y que sigue en boca de todos los profesionales y amantes de la tauromaquia por sus extraordinarias cualidades, ha participado en la modalidad de redacción con su trabajo «Un día de herradero». El jurado del concurso otorgó un accésit a este niño de 11 años del colegio Santa Catalina por la calidad y realismo de su escrito que reproducimos a continuación, y que como premio le permitió visitar la ganadería de José Cruz junto al resto de ganadores:
UN DÍA DE HERRADERO
Érase una vez un niño llamado Julio que tenía siete años.
Julio sentía mucha afición por la fiesta de los toros, así que sus padres decidieron apuntarlo a la escuela taurina de Salamanca.
El niño, se lo pasaba muy bien en las clases porque se hacía muchos toros, ponía banderillas en la tora, hacía deporte y lo más importante, tenía muchos amigos.
Una tarde estando Julio en la escuela, uno de sus profesores le invitó a ir a un herradero de una ganadería charra. ¡Sí, sí, me hace mucha ilusión ir! contestó el pequeño.
A la mañana siguiente, cuando llegaron a la ganadería brava, el mayoral le enseñó a Julio todos los animales.
Los becerritos en un cercado, comían fresca hierba. Al lado de este, se encontraba otro lleno de amapolas. Aquí residían los añojos (con un año) y los erales (con dos años).
Julio se quedó asombrado cuando vio que los animales jugaban continuamente a darse testarazos. ¡Cómo se lo pasaban!
Por último, en una gran colina verde llena de encinas, se encontraban los cuatreños y los cinqueños, separados por un alambrado de las vacas y sementales.
A las doce, el herradero comenzó. Julio estaba impaciente y nervioso.
El vaquero, enchiqueró a los animales que iban a ser herrados en los corrales.
Mientras tanto, los hierros se calentaban en la lumbre al rojo vivo.
El herradero consistía en colocar unos hierros ardiendo, con diferentes números y siluetas, en el costado del animal.
Cuando este estaba terminando, Julio tuvo la suerte de ponerle un hierro al becerrito más pequeño.
Después de comer, hubo una capea en la que participaron los asistentes al herradero. Al finalizar esta, Julio toreó una becerrita ensabanada que dio mucho juego y con la que Julio disfrutó un montón.
¡Fue un día increíble!
FIN
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