
G. BARTALI
Bob Dylan celebrará el la Universidad de Salamanca con un concierto en el Pabellón Multiusos Sánchez Paraíso el 24 de marzo. Será su primera actuación en España después de recibir el Premio Nobel de Literatura y la etapa inicial de una ruta con cinco fechas más en nuestro país: tres en el Auditorio Nacional de Madrid y dos en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona.
El músico estadounidense sigue portando la aureola de bardo generacional y se le adivina, pues, un hilo de conexión con aquellos trovadores y juglares que se alejaron de la liturgia y soltaron las cadenas de la imaginación hace 800 años, cuando la Universidad acogía las primeras lecciones de su historia. Pero si algo caracteriza a Dylan es la huida constante de la imagen que los demás construyen de él, así que nunca está claro, cuando se compra la entrada para uno de sus conciertos, a qué Dylan se va a ver y escuchar.
Hay algunas pistas, eso sí, para vislumbrar qué versión de sí mismo y de su música va a lucir en Salamanca. Las últimas fases de su Never Ending Tour, una gira que le tiene rodando por escenarios de todo el mundo desde 1988, enseñan un Dylan reconcentrado, que no habla y ni por asomo guiña al público, al que sólo mira de soslayo y apenas saluda. ¿Desprecio? Todo lo contrario: Dylan tampoco se saluda a sí mismo, empeñado como está en retar su propia trayectoria y hacer que su música suene siempre nueva.
Se reescribe constantemente a sí mismo, como las historias de los trovadores se transformaban en cada relato, y reescribe todo lo que toca. El último objeto de sus obsesiones es el Great American Songbook, un enorme manantial de letras y canciones que fluyó entre los años 20 y los años 50 del siglo XX y que sigue irrigando los campos del jazz, el folk, el blues… Dylan se acerca a esas canciones, que son llamadas en conjunto nada menos que «el estándar», con el respeto reverencial que merece la piedra filosofal pero con la vocación de profundización que se debe a sí mismo.
Atmósferas espesas a las que vendría bien el humo de los cigarrillos que ya no dejan fumar, sabor a antiguo en cada gesto, calor de intimidad, melancolía a raudales… Eso es lo que Dylan pondrá seguramente sobre el escenario, en Salamanca, en Madrid, en Barcelona y en el resto de su gira. ¿No toca ya sus himnos, las grandes canciones de su carrera? Quizás, pero no lo hará como están en los discos, ni como lo haya hecho en otros conciertos, sino con acordes tan distintos que nadie pueda adivinar por dónde va a ir hasta que no esté ya envuelto en la narración.
El músico estadounidense no necesita que se coreen sus estribillos ni que el público sepa sus versos, sus poesías. Sospecho que aspira a tener sobre quien le escucha el efecto que Buddy Holly tuvo sobre él la primera vez que le vio:
«Era poderoso y electrizante y tenía una presencia imponente. Yo estaba a solo seis pies de distancia. Estaba hipnotizado. Le miré la cara, las manos, la forma en que marcaba el ritmo con el pie, sus grandes gafas negras, los ojos detrás de las gafas, la forma en que sostenía su guitarra, su postura, su traje elegante. Todo él. Aparentaba más de veintidós años. Algo en él parecía permanente, y me llenó de convicción. Entonces, de repente, sucedió lo más extraño. Me miró directamente a los ojos y me transmitió algo. Algo que no sé lo que era. Y sentí escalofríos».
Bob Dylan actúa el próximo 24 de marzo en el Pabellón Multiusos Sánchez Paraíso de Salamanca, en el primer paso de una gira por Europa que tendrá cinco citas más en España: 26, 27 y 28 en el Auditorio Nacional de Madrid y 30 y 31 de marzo en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona.
FOTOGRAFÍA: www.bobdylan.com
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