
PAULA ZORITA
Suelo apuntar allá por donde voy lo que admiro a los toreros por su capacidad, esfuerzo, resistencia y amor propio. Toda palabra con un sentido superlativo se queda, a mi modo de ver, corta para definir lo que pienso de ellos. Los toreros (no me cansaré de citar a mi amigo David Menacho) son los últimos héroes que nos quedan… atrás quedan ejemplos, sin ir más lejos como el de Paco Ureña, quien con una grave contusión en un ojo a causa de un pitonazo que posteriormente se ha sabido que le costará la visión, se quedó en el ruedo hasta dar muerte a ese toro que en décimas de segundo, sin él todavía saberlo, le había cambiado radicalmente la vida. Si eso no es de super héroe… ¿qué lo es hoy en día?. Se preparan además físicamente y mentalmente para soportar ‘lo que venga’. Si a todo esto se le añade el amor por los caballos que por ejemplo profesan los rejoneadores, entonces sí que me quedo corta en halagos y adejetivos superlativos. Los rejoneadores suman a su preparación física y psicológica, la de sus ‘caballos toreros’, que son también una especie de ‘atletas’ que deben estar preparados igualmente para ‘lo que venga’. Ellos también son toreros.
La dedicación y el esfuerzo de los rejoneadores por enseñar a sus caballos, por no hablar del dinero empleado en ellos, es sin duda la mayor muestra de amor hacia un animal. Es una lástima que muchos no quieran ver esa parte de la Tauromaquia tal y como la estoy describiendo, que sigamos viviendo tiempos difíciles en los que la ignorancia hacia este arte siga aumentando el populismo de algunos hasta el punto de querer hacer un referendum para abolir la Tauromaquia. Si preguntasen a los tres cuartos de entrada que hoy poblaban la Glorieta en el cierre de la Feria, o a los rejoneadores, subalternos, mozos y mozas de cuadra, veterinarios, areneros… en fin, a todo ese engranaje (desconocido para muchos) que conforma esta gran fábrica que es la Fiesta de los Toros, tendría su respuesta el señor Iglesias.
Al señor Iglesias me gustaría contarle que hoy ha hecho el paseíllo uno de los máximos exponentes del toreo a caballo de las últimas décadas, Pablo Hermoso de Mendoza, admirado por todos los que paladean el arte del rejoneo, y que él hoy no ha tenido fortuna con los aceros, pero que traía de la mano a su hijo, Guillermo Hermoso, un chico ‘normal’, que no ha crecido con la idea psicópata que él piensa, al revés, ha crecido en el ambiente de esfuerzo y superación que le ha inculcado su padre, los valores del toreo. Se postula a ser el ‘heredero de la corona’ y hoy lo ha demostrado con creces en su actuación. Trae consigo el saber en la cabeza y demuestra la capacidad para, en un futuro, llegar a ejecutarla con la misma destreza que su padre. Al señor Iglesias también le contaría que hoy, junto a ellos, actuó Lea Vicens, una joven rejoneadora francesa afincada en Sevilla, que ni siquiera soñó con serlo, y en tres años, gracias a ese amor propio y a ese amor por sus animales, ha llegado a ser máxima figura del rejoneo. Y probablemente no supiera explicarle bien la delicadeza que desprende de sus movimientos y la belleza de su toreo a caballo, pero le invitaría a verlo, porque estoy segura de que no ha visto nunca nada igual. Al margen del triunfo, del que se quedó a las puertas al igual que Guillermo, los tres han dado una lección de rejoneo clásico y puro en una tarde de muchos detalles y de gran ambiente.
Al señor Iglesias le diría también, que hoy concluíamos un ciclo taurino en Salamanca que se recordará como el de la Juventud Taurina. Se han batido récords de abonados jóvenes y cada día han otorgado a los tendidos de La Glorieta la viveza que la Tauromaquia quiere transmitir. Esa viveza que indica que a esto todavía le quedan muchos coletazos por dar y que además, si no me equivoco, es un Bien de Interés Cultural, que está blindado. No es negociable. No cabe duda de que la Tauromaquia tiene futuro, si se cuida adecuadamente, y de que hay millones de personas que responden ante ella cada vez que libremente pagan una entrada y acuden al ver el espectáculo. Al señor Iglesias le comentaría que hay cosas más importantes en las que ponerse a trabajar de inmediato. Le diría que nos dejase en paz; que es muy cansado tener que defender siempre que tenemos el mismo derecho que un antitaurino a no ir a la plaza Ni más, ni menos. Libres. Tanto y tanto le diría, señor Iglesias…
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