12 marzo 2025

‘Tauromaquia’ nos acerca el legado taurino más íntimo de la obra de Venancio Blanco

PAULA ZORITA

La Sala de Esposiciones de Santo Domingo acoge desde hoy la nueva exposición (con esta ya son nueve) de Venancio Blanco, ‘Tauromaquia’, una muestra que reúne unas 80 obras (entre esculturas y dibujos) que el salmantino realizó entre los años 1959 y 2018. En ella se muestra el gran interés y conocimiento del artista por la Tauromaquia, un mundo que logró conocer de cerca puesto que su propio padre fue mayoral de ganado bravo en la finca en la que vivió su niñez, Carrascalillo (Matilla de los Caños).

Una de las obras más importantes que se muestra en este espacio es la escultura ‘Torero’, que data de 1962 y que fue premiada con la Medalla de Oro de la Exposicíon Nacional de Bellas Artes, cedida en este caso por el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. La exposición se podrá visitar hasta el mes de enero de 2020 y su entrada es gratuíta.

En el acto de inauguración han estado presentes representantes de las tres entidades que colaboran conjuntamente para acercarnos la obra del salmantino. El alcalde del Ayuntamiento de Salamanca, Carlos García Carbayo, así como el concejal Julio López Revuelta; el presidente de la Fundación Venancio Blanco, Francisco Blanco Quintana, y Roberto Nieto Santiago, delegado territorial de Mapfre España.

García Carbayo se ha referido a la exposición como un atractivo más para todos cuantos visitan la ciudad y como una oportunidad para las salmantinas y salmantinos que quieren seguir conociendo el legado y la obra de Venancio Blanco, un maestro, como ha señalado, formidable y excepcional.

Tal como explica el hijo del escultor, Francisco Blanco, ‘no se puede entender la obra y la personalidad de Venancio Blanco sin referirnos a su tauromaquia. Sus primeras imágenes de niño fueron las reses que mi abuelo conducía a caballo por las dehesas salmantinas; mayoral de los Pérez Tabernero, compartía con su hijo el trabajo en los herraderos, las faenas de tienta, las de acoso y derribo. Mi padre me ha contado cómo acompañaba a su tío Manolo al encerradero, donde vaqueros y ganaderos llevaban a los toros y novillos para ser enjaulados y transportados a las plazas. Podían reunirse varias ganaderías, decenas de caballistas, un auténtico espectáculo campero recordado siempre’.

Los dos primeros protagonistas son el toro y el caballo, desde su vida en el campo, desde su juego en la plaza, desde su aportación a la cultura. Ambos conviven y crecen juntos, a la sombra de las encinas, en el silencio musical que llena la luz del atardecer, participando de un todo grandioso que la Naturaleza nos muestra en la plenitud de su belleza. Y se reencuentran en la plaza, donde asisten a su despedida. El tercer gran personaje es el torero. El toreo es entendimiento entre el hombre y el animal, y es sentimiento. Al toro hay que encelarlo con caricias, decía Venancio, llevadas desde el temple de la muleta. Y armonía de formas, verdadera geometría, solía afirmar: la vertical del torero se conjuga con la horizontal del toro y con el plano de la capa o de la muleta, en el círculo del ruedo.

“Mi padre quiso ser torero, y su vida fue una lidia en el coso de su taller. Artista y materia, ilusión y trabajo, para dar forma a la idea. La bravura del toro, el bronce o el dibujo en manos del escultor, se convierten en realidad plástica cuando hay conocimiento y dominio del oficio. Lidia es lucha, pero también es juego, fiesta, para gozar de la belleza, en el taller, en la plaza”, explica Francisco Blanco.

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